El tiempo de la Cuaresma rememora los
cuarenta años que el pueblo de Israel pasó en el desierto mientras se
encaminaba hacia la tierra prometida, con todo lo que implicó de fatiga, lucha,
hambre, sed y cansancio...pero al fin el pueblo elegido gozó de esa tierra
maravillosa, que destilaba miel y frutos suculentos (Éxodo 16 y siguientes).
También para nosotros, como fue para los israelitas aquella travesía por el
desierto, la Cuaresma es el tiempo fuerte del año que nos prepara para la
Pascua o Domingo de Resurrección del Señor, cima del año litúrgico, donde
celebramos la victoria de Cristo sobre el pecado, la muerte y el mal, y por lo
mismo, la Pascua es la fiesta de alegría porque Dios nos hizo pasar de las
tinieblas a la luz, del ayuno a la comida, de la tristeza al gozo profundo, de
la muerte a la vida.
En la Biblia, el número cuatro simboliza el universo material, seguido de ceros
significa el tiempo de nuestra vida en la tierra, seguido de pruebas y
dificultades.
La práctica de la Cuaresma data desde el siglo IV, cuando
se da la tendencia a constituirla en tiempo de penitencia y de renovación para
toda la Iglesia, con la práctica del ayuno y de la abstinencia.