domingo, 30 de agosto de 2020

Se llamaba Jesús

Hace 2000 años vivió un hombre, que se llamaba Jesús.
Habitó entre los humildes.
No fue comprendido, nadie le consoló.
Su único apoyo fue su Padre, el Rey de los Cielos.
Anduvo descalzo.
Pasó frío.
Amó mucho.
Amó más que nadie.
Amó hasta el límite, y mas allá.
No llevó armas.
No se vistió de púrpura.
No halagó a los poderosos.
Fue paciente.
No tuvo miedo.
Se hizo indefenso, con la total indefensión del recién nacido.
Su palabra era amor.
Su forma de cambiar el mundo fue a través del amor.
No juzgó a los hombres.
De nadie murmuró.
No pidió nada, pues nada material necesitaba.
Vivió de su trabajo.
Vivió para dar.
Para dar su vida, que todo lo llenaba.
Respeto la libertad.
Enseñó a ser libres, a pesar de los poderosos, de las leyes y de los sabios.
Habló con claridad.
Nada calló de cuanto tuvo que ser dicho.
Habló con firmeza, pero con suavidad.
Anduvo erguido, pero sin orgullo.
Todo lo quiso compartir.
Vino a darnos los tesoros del cielo.
A limpiarnos el alma, a hacer reír a nuestros ojos.
Amaba al oprimido.
Amó a todos, pues todos estábamos oprimidos.
Amó a la Tierra y a sus plantas.
Miraba el interior del alma, allí donde nada se oculta.
En Él todo era luz; luz que desbordaba.
Habló de un camino de amor, lo puso en práctica, lo vivió.
No era un camino fácil, pues era de amor y los hombres nada sabíamos del amor.
Lo enseñó con paciencia.
Sufrió la risa y la burla.
A cuantos se acercaron los acogió y curó.
‘El nos acompaña en ese camino, en nuestro interior.
En silencio, paz y amor.
Vino pobre a la Tierra, pero cuando se fue nos llenó de riqueza.
Pues nos dio la vida.
Nos dio su vida.
Que permanece con nosotros.
!Gracias, Jesús! Fuente: A. Olaz